Apostillas para el Premio Cervantes

Cada 23 de abril desde 1976, silencioso y ceremoniosamente, se entrega en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, a las afueras de Madrid, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, por “la labor creadora de escritores españoles e hispanoamericanos cuya obra haya contribuido a enriquecer de forma notable el patrimonio literario en lengua española.” La fecha conmemora asimismo la muerte del autor de El Quijote y, por ende, la trascendencia de la novela hispana más universal.

El acto, presidido por el Rey de España, el ministro de Cultura de esa nación, el presidente de la Real Academia de la Lengua, y otras personalidades de reconocido prestigio del mundo académico y literario de Hispanoamérica, no solo se inviste de la grave solemnidad con razón; sino además constituye el galardón más importante en lengua castellana, dedicado a las letras, luego del Premio Nobel.

En la primera edición, se distinguió al poeta español exiliado Jorge Guillén (1893-1984) de la Generación del 27, quien tuviera una estrecha relación con los poetas cubanos, congregados alrededor de la revista Orígenes. El Premio Cervantes, como más bien se le conoce, no puede ser dividido, declarado desierto o ser concedido a título póstumo, según las normas establecidas después de 1979, al jurado conceder el premio ex aequo al español Gerardo Diego y al argentino Jorge Luis Borges.

A partir del año 2008, la composición del jurado establece un nuevo mecanismo para dotar de mayor representatividad y equilibrio entre los miembros designados por entidades de carácter electivo. En la constitución se encuentra entonces los dos últimos galardonados con el propio Premio Cervantes; un miembro de la Real Academia Española; un miembro de una de las Academias Iberoamericanas de la lengua española; cuatro personalidades del mundo académico, universitario y literario propuestos, respectivamente, por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, la Unión de Universidades de América Latina; el director del Instituto Cervantes y el ministro de Cultura de España; dos miembros elegidos entre representantes de suplementos culturales de diarios, propuestos, respectivamente, por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España y la Sociedad Interamericana de Prensa; y uno a propuesta de la Asociación Internacional de Hispanistas, de nacionalidad no española ni iberoamericana.

Cubanos en la aureola del Premio Cervantes

En 1977, Alejo Carpentier recibe con escepticismo la llamada de un periodista de El País que le informa apresuradamente sobre su designación como segundo Premio Cervantes. Pidió entonces esperar la notificación oficial para dar declaraciones al respecto. No conocía siquiera de qué se trataba con exactitud y esperó pacientemente la llamada del entonces ministro de Cultura español Pío Cabanillas.

En su discurso elogió la figura de Miguel de Cervantes como gestor de la novela moderna. “Todo está ya en Cervantes. Todo lo que hará la perdurabilidad de muchas novelas futuras: el enciclopedismo, el sentido de la historia, la sátira social, la caricatura junto a la poesía y hasta la crítica literaria, allí donde el cura del escrutinio famoso parece haberlo leído todo, y el mismo Ginés de Pasamonte, a ratos perdidos de ladrón, escribe sus memorias.”

Afirma que “la cualidad más notable está en haber instalado la dimensión imaginaria dentro del hombre, con todas sus implicaciones terribles o magníficas, destructoras o poéticas, novedosas o inventivas, haciendo de ese nuevo yo un medio de indagación y conocimiento del hombre, de acuerdo con una visión de la realidad que pone en ella todo y más aún de lo que en ella se busca.”

A propuesta de otro gran poeta cubano, Pablo Armando Fernández, la investidura del Premio a Dulce María Loynaz (1902-1997), en 1992, llegaba en un momento especial para todos los cubanos. Ella quien tan unida estaba a España, en vida y obra, daba ahora la península ibérica una nueva y última gratitud por el conjunto de sus libros y su significación en el curso de la literatura hispanoamericana. El escritor Lisandro Otero la acompañó y leyó el discurso de agradecimiento.

En su intervención aludió a una anécdota del padre, el general Enrique Loynaz del Castillo, que durante la campaña de 1895, en una emboscada hecha a un soldado español dejara olvidado el libro de El Quijote.

“Mi padre abre el libro”, continúa la escritora de Jardín, “y empieza a leer para sí, y luego se interrumpe con risa que no ha podido contener.”

Y sentencia magistralmente: “La risa, cuando puede participarse, hermana a los hombres. Por otra parte no es difícil llorar en soledad y, a cambio, es casi imposible reír solo.” Para finalizar de la siguiente manera al reconocer que “porque conservar fresco ese elemento volátil [la risa] en palabras escritas hace siglos creo que constituye una verdadera hazaña.”

Por su parte, fue su agente Carmen Balcells la que le confirmó a Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) sobre su elección para el Cervantes. El autor de Tres tristes tigres quien viviera exiliado por más 30 años en Londres, tiene como mérito al decir del escritor peruano Mario Vargas Llosa, de haber convertido la crítica de cine en literatura. Su pasión por el séptimo arte, así como su influyente posición dentro del Boom literario de la segunda mitad del siglo XX, lo convierte en un escritor sagaz, con un profundo dominio del lenguaje.

En su diálogo imaginario con el autor de El Quijote, el escritor de Cine o Sardina pensaba en lo siguiente: “¿Qué es morir sino una forma de organizarse? ¿Lo dijo Cervantes? ¿O fue mi otro maestro, Martí mártir?,” expresa al imitar el estilo de Cervantes, confundiendo u olvidando la real referencia.

“Cervantes dejaba de ser un mero mortal para pasar a la inmortalidad. (…) Pero permítanme una palabra o dos antes de irme. Por mi casa de Londres
han pasado varias generaciones de escritores españoles, algunos bisoños, otros
veteranos. Muchos de los jóvenes escritores han devenido una generación que escribe los libros mejores que se escriben en español. Grande ha sido mi contento de que así sea.”

“Cervantes tendría mi edad exactamente ahora, pero era obvio que estaba en el invierno de nuestro contento: Cervantes por su Don Quijote, yo por mi Cervantes,” alega quien para sus libros fundamentales El Quijote es una influencia crucial.

En la nómina del Premio cuentan hoy con alrededor de veinte latinoamericanos y cuatro mujeres, de ellas dos de la región. Aunque una ley tácita apunta a que se alternan entre españoles y latinoamericanos cada año, realmente ha servido para dignificar y ha logrado con justeza coronar en ambas orillas lo mejor de la literatura de los dos continentes. Sirva el Premio Cervantes para glorificar lo mejor del pasado y entablar con el presente se otro diálogo que sustenta la lengua, de ven vez, pero que rezuma en pasión quijotesca por la vida.

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